martes, 23 de abril de 2013




  Yo cuidaba de él, había sido la elegida, su elegida, su última. Esa que con amor cuidaría de él en el momento más frágil de la fugaz, pero intensa vida. Esa, que con amor lo acompañaría a transitar por el dolor de aquello que sólo podemos intuir por unos pocos segundos.
 Fiel a mi ser deseante, descuidé de él. Me necesitaba, y yo distraída con la brisas del mundo. Reprochó y escuché, pero no he callado: le conté sobre mis distracciones, de mis movimientos constantes, también de mi profundo amor, y las inmensas ganas de ser su compañera de viaje, su compañera del último viaje.

Me senté sobre sus piernas.

“Que tu boca calle y me dejes cuidar de ti, ese es mi deseo hoy. Puedo cuidarte, quiero hacerlo”, dije.


Quedará para después el pensar (nuevamente) si ese es el lugar que quiero. Hasta tal vez, si es el verdadero lugar, que bajo engañosas palabras, me ha pedido. Hasta tal vez, si ese lugar es inmóvil o cambiante, mutando a medida que armemos caminos.
Mientras tanto te disfruto, me disfruto así.

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