Hoy
en día me encuentro construyendo un lugar muy especial. Lo construyo sobre algo
también muy especial. Siempre va a ser ese algo original, más allá de la nueva
construcción. Ambos son muy distintos. Este que estoy construyendo lo fantaseo
como mí lugar, lo propio, lo singular.
Acá me encontraba yo, con una sensación de construcción terminada, esa sensación de lo realizado. Sólo faltaba habitarlo, estar ahí, Estar. Estar, porque estando se es.
En la cocina, una mesa de madera larga y oscura, ya un poco vieja pero bien firme. Aún habiendo transitado despedidas muy duras, la mesa, inmutable. La cocina tenía tres puertas, una, de metal viejo, pintada de marrón y vidrios arriba, abría paso hacia un pequeño patio, por donde entraba los cálidos rayos del cariño, alumbrando todo el espacio. Las otra dos puertas, de madera, una daba al living y la otra, era la puerta de entrada y salida, claro.
Acá me encontraba yo, con una sensación de construcción terminada, esa sensación de lo realizado. Sólo faltaba habitarlo, estar ahí, Estar. Estar, porque estando se es.
En la cocina, una mesa de madera larga y oscura, ya un poco vieja pero bien firme. Aún habiendo transitado despedidas muy duras, la mesa, inmutable. La cocina tenía tres puertas, una, de metal viejo, pintada de marrón y vidrios arriba, abría paso hacia un pequeño patio, por donde entraba los cálidos rayos del cariño, alumbrando todo el espacio. Las otra dos puertas, de madera, una daba al living y la otra, era la puerta de entrada y salida, claro.
Acá
me encontraba yo, teniendo que estudiar, no recuerdo qué, sólo recuerdo que no
estudiaba sola. Había un compañero estudiando conmigo. Un compañero particular,
no era un compañero de estudio en general, sino de esos compañeros en formas,
compañero de ilusiones, un compañero virtual, que está y no está. Hoy ese
compañero, además, era de estudio. Los dos con los libros sobre la mesa, conversábamos cada vez que la mirada se distraía de las páginas interminables del
libro. Nos parábamos de vez en cuando a encender un cigarrillo, a cambiar la
yerba del mate, a calentar más agua. Entre tanto, me paseaba por sus espaldas
mientras él cambiaba la yerba, saliendo y entrando, una y otra vez desde la cocina hacia el pequeño patio. Cuando decidí no pasearme más, encendí el
cigarrillo, le dí una pitada, e inesperadamente se abrió la puerta de entrada.
Sorprendida veo que era la
Ley. Con gran asombro, incertidumbre, y sin explicación de la Ley en mi lugar, contuve el humo
de la pitada y tiré el cigarrillo bajo mis pies, como si la ley me fuera a
sancionar por estar fumando. Aunque la ley fuera conocida, me extrañaba verla
ahí, no era de frecuentar mucho mi espacio, o eso creí siempre.
Saludé
a la Ley como si
la sorpresa de verla ahí fuera grata. Le presenté a mi compañero, explicándole
quién era, qué hacíamos y otra serie de cuestiones casi burocráticas, como es
debido ante la Ley. Conforme
con el discurso, la Ley
pasó al living a ver la tele, con la puerta abierta de la cocina y quedándose con la
excusa de esperar a un constructor de lugares, del mío en particular.
Un
poco desencajados, y disgustados con la visita de la Ley que venía a romper con una
tarde cálida de sol, cálida de cariño, continuamos con lo nuestro.
Lo
nuestro, ahora se desarrollaba los dos sentados ante una de las puntas de la
gran mesa de madera, agarrados de las manos. Él con sus manos hacia caricias en
la mías, como caricias en el alma, sin quitar la mirada de uno sobra la del
otro. Una sensación de estar en él (hablo de ese estar que comente al
principio). La Ley
miró de reojo y preguntó a que hora había dicho el constructor que llegaría,
contesté que nada había dicho, y blasfemó. Nosotros nos dimos una mirada
cómplice sobre la Ley ,
y atiné a decirle sólo unas pequeñas palabras antes de levantarnos y que todo
termine precipitadamente.
- Lo que me gusta de vos es que tenes el alma sensible.
-
¿El alma sensible?, sonrió.